jueves, 29 de diciembre de 2016

Deshumanización

Durante este año de internado me enteré de todo lo que no había aprendido durante mi carrera. No solo hablo de lo académico, hablo de todas las cosas por las cuales no estaba preparado. Nadie me habló sobre la muerte, me enseñaron a llenar certificados de defunción en mi segundo día de internado, pero nadie me preparo para hablar con los familiares cuando esto sucediera. No fue parte de mi formación el saber cómo dar informes a los familiares que estaban a punto de firmar una orden de no reanimar, ni explicarles a los familiares de un paciente que sufrió de EVC que las secuelas pueden ser permanentes. Este tipo de situaciones se fueron repitiendo durante todo el año hasta convertirse en algo cotidiano, justo en esa etapa es donde se encuentra la primera barrera del internado.
 
El médico interno de pregrado está en constante incitación a deshumanizarse, mi primer certificado de defunción lo llene en el servicio de pediatría, no entraré en detalle del paciente, pero les cuento que tardé dos horas en llenarlo, esto debido a que me tomé mí tiempo para interrogar a los familiares, no los presiones para que me dieran los documentos necesario, tampoco interrumpí el llanto de la madre ni el consuelo del padre. Por obvias razones la residente de pediatría sospechaba que yo no estaba trabajando, ya que llenar el certificado no toma más de 30 minutos, por lo que me amenazó con castigarme y reportarme en enseñanza. Ese tipo de amenazas jamás han surgido efecto en mí, termine a mi ritmo el certificado y regrese al servicio.
 
Como ven el MIP está expuesto a represalias académicas y penalizaciones en horarios extraoficiales, lo que lo arrincona a acelerar estos procesos y ser más frio y cortante cada vez que realizas un certificado. Ser calificado crea una contradicción que afecta en tus acciones y decisiones morales. Si superas esta primera barrera y logras actuar de manera honesta y desinteresada durante el internado, te felicito porque has logrado mantener tu espíritu.
 
La segunda barrera es cuando ese mismo hostigamiento te provoca perder tu iniciativa y poner como prioridad los pendientes administrativos antes que los pacientes. Durante una guardia de cirugía, un compañero presentó a una paciente con Cetoacidosis Diabética a terapia intensiva, se pasó la mayoría de la guardia preparando a la paciente para que la aceptaran en terapia, le tomó una gasometría arterial, le pidió un EGO, glucosa sérica, y se asesoró con Medicina Interna para darle tratamiento. La paciente fue finalmente aceptada en terapia. Al término de la guardia, el censo estaba incompleto y tenía al menos dos ingresos pendientes. Claro que compañeros, residentes y adscritos se lo hicieron saber. Al día siguiente mi compañero pasó visita en terapia intensiva, la paciente lo reconoció de inmediato y le agradeció el haberla tratado de tal manera, NADIE MAS LE DIO MERITO, sino que fue criticado por no poder haber cumplido con todos los pendientes de la guardia a tiempo. Se pueden dar mil ejemplos, pero el patrón es el mismo.
 
El reto más grande del interno no es aprenderse todos los anti arrítmicos, leer las nuevas guías, explorar a todos los pacientes ni cumplir con todos los pendientes a tiempo. Su reto más grande es madurar sin perder su humanidad, seguir con sus metas y no desmoralizarse. No permitir que nadie te falte al respeto pero a la vez aprender de tus errores y estar abierto a críticas. El reto es que el resto de tu vida cada gesto que hagas, cada indicación que escribas, cada recomendación que des, vengan de un lugar genuino, honesto y desinteresado. Nunca frio o robótico. Ser Medico no puede ser un trabajo, es mucho más que eso, nuestras habilidades para cumplir con estos estándares no representan que hacemos sino quienes somos.
 
“You become a doctor for what you imagine to be the satisfaction of the work, and that turns out to be the satisfaction of competence. Your competence gives you a secure sense of identity.” – Atul Gawande.

lunes, 2 de septiembre de 2013

“Paid in full with one cup of coffee”

No soy la persona mas carismática del mundo, tampoco me esfuerzo mucho por caerle bien a las personas pero hoy me sucedieron dos cosas interesantes. Las dos veces que fui a rellenar mi café al seven eleven me regalaron el café.  Acepte el café con gusto y no cuestione las intenciones. Espero algún día poder regresar les el favor como lo hacen en esta historia:

One day, a poor boy who was selling goods from door to door to pay his way through school, found he had only one thin dime left, and he was hungry. He decided he would ask for a meal at the next house. However, he lost his nerve when a lovely young woman opened the door.
Instead of a meal he asked for a drink of water. She thought he looked hungry so brought him a large glass of milk.
He drank it slowly, and then asked, “How much do I owe you?”
“You don’t owe me anything,” she replied. “Mother has taught us never to accept pay for a kindness.”
He said, “Then I thank you from my heart.”
As Howard Kelly left that house, he not only felt stronger physically, but his faith in God and man was strong also. He had been ready to give up and quit.
Year’s later that young woman became critically ill. Dr. Howard Kelly was called in for the consultation. When he heard the name of the town she came from, a strange light filled his eyes. Immediately he rose and went down the hall of the hospital to her room.
Dressed in his doctor’s gown he went in to see her. He recognized her at once. He went back to the consultation room determined to do his best. After a long struggle, the battle was won. 
Dr. Kelly requested the business office to pass the final bill to him for approval. He looked at it, then wrote something on the edge and the bill was sent to her room.
She feared to open it, for she was sure it would take the rest of her life to pay for it all. Finally she looked, and something caught her attention on the side of the bill. She began to read the following words:
“Paid in full with one glass of milk”
Signed, Dr. Howard Kelly.
Unkown Author

jueves, 8 de septiembre de 2011

Me duermo

Me duermo con mi vista cansada.
Me duermo con mi cuerpo doliente.
Me duermo con mi espalda torcida.
Me duermo con mi alma rendida.
Me duermo con sueños sin cumplir.
Me duermo con metas sin alcanzar.
Me duermo con ganas de no despertar.
Me despierto horas más cerca de mis metas. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

jueves, 18 de noviembre de 2010

martes, 16 de noviembre de 2010

Duda



Eran los últimos días de otoño del año de 1970, recuerdo que la primera vez que la vi bajando de las escaleras, los ocres del otoño estaban saliendo a flote. Los higos tan morados, estaban perdiendo su color cereza, y ya estaban un poco pasados, mientras algunos tercos que se creían maduros, seguían colgados en tonos grises. Las vallas para los que puedan reconocer cuales son comestibles, estaban majestuosamente expuestas con un colorido, rojo, morado, naranja, y amarillo. El cielo estaba en fuego ese mes de Noviembre, ardían flamas entre las nubes y el sol. Mientras atardecía se combinaban el color  amarillo ocaso con el escarlata, los celestes poco a poco se convertían en marinos, y el rosa cedió hasta que el rey durmió. Aun así me perdía ese espectáculo cuando me absorbía un color miel que es el mismo de día y de noche, y el cual agradezco su existencia solemnemente. Era delgada, con pelo negro y piel apiñonada, sus ojos eran miel pero aun así tenían algo oscuro dentro de ellos. Como todo un hombre, no me atreví a decirle una palabra mientras la vi bajando las escaleras. Fue hasta principios del invierno que decidí hablarle, para esas fechas yo sabía a qué hora acababa su clase y a qué hora bajaría por las escaleras, así que la espere frente a las escaleras, estaba seguro que mi corazón palpitaba tan fuerte que se escuchaba por todo el campus. La vi bajar, decidido fui a hablarle. Nunca supe cómo romper la tensión de los primero encuentros, esta vez no fue excepción. La conversación fluyo un poco y le pregunte donde vivía. Al ver que estaba oscureciendo, y que no quedaba lejos de mi casa, me ofrecí acompañarla a su casa. Tome sus libros y caminamos juntos. Hablamos de cosas cualesquiera. Cuando llegamos a su casa me atreví a invitarla a salir y ella accedió, nos quedamos de ver el domingo en misa. Eso fue un lunes. Paso martes, miércoles, jueves y viernes, y no la vi en el campus, no la espere en la escalera, no me atreví a buscarla. El sábado no tenia forma de verla más que ir a su casa, y por supuesto que no me atreví tampoco. Llego el domingo y me hice a la idea que ella no iría a misa como lo teníamos planeado. ¿No supo de mí toda la semana por qué habría que ir? Al acercarse la hora mi madre me pregunto por qué todavía no estaba listo. Le dije como excusa que hacía mucho frío y que no me quería bañar, y que además de seguro ella no iría por las mismas razones. Mi madre me miro y me dijo, Hijo, la palabra es lo único que tiene el hombre. Inmediatamente me metí a bañar, me cambie lo más rápido que pude y corrí a misa con la incógnita de si ella estaría ahí. Hoy, ella es la madre de mis cuatro hijos.